En el primer post de esta serie, llegamos a completar las fechas de la profecía de las setenta semanas, y quedaron de esta forma.
Es muy importante que veas el primer post antes de leer esta segunda parte, para poder entender mejor las explicaciones.
Acompáñame a analizar otras interpretaciones y seguir avanzando con los detalles de esta profecía que te dejarán con la boca abierta.
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Obviamente, no todos los cristianos interpretan esta profecía de la misma forma.
Aquí abajo te muestro algunos de los gráficos que encontrarás en internet o en libros de texto sobre diferentes interpretaciones, aunque hay muchas más.
Básicamente, las diferencias en la interpretación de la profecía de las setenta semanas se pueden dividir en dos grandes grupos:
Un grupo de diferencias está relacionado con las “FECHAS”:
a) Dependiendo de qué fecha se tome como inicio.
b) Cómo se calculan los 483 años correspondientes a las 69 semanas, lo cual dependerá de la fecha de inicio.
De esto hablaremos en el próximo post, y cuando toquemos este tema, explicaremos la paradoja de por qué Cristo se bautizó en el año 27 después de Cristo a los 30 años.
Un segundo grupo de diferencias, que es el que vamos a tratar en este post, consiste en determinar si las 70 semanas están todas juntas o separadas. Es decir:
a) ¿La última semana, la semana 70, es consecutiva a la semana 69?
b) O, por el contrario, ¿corresponde a una semana que aún está en el futuro, en el tiempo del fin, separada de la semana 69 por un “gran paréntesis o una pausa de más de dos mil años, para los gentiles,” como enseñan algunos?
No sé si lo sabías, pero existen varias escuelas de interpretación profética. Las más importantes son:
- La preterista,
- La historicista, y
- La futurista.
Aquellos teólogos que adhieren a la escuela futurista, básicamente los diferentes tipos de milenialistas, incluyendo los dispensacionalistas, consideran que la última semana de la profecía de las 70 semanas de Daniel aún no se ha cumplido y se cumplirá en el futuro.
Aunque hay variaciones, una de las más difundidas es la que explica que la última semana, es decir, la semana número 70, comienza con el rapto de la iglesia y, después de siete años de tribulación, viene la segunda venida de Cristo. Y a partir de ahí empieza el milenio.
En este post, vamos a intentar demostrar que esta profecía no está relacionada en absoluto con los últimos siete años antes de que venga Cristo, sino que está relacionada con la destrucción de Jerusalén y el templo, tal como explica la profecía, ocurrido en el año 70. Pocos años después de la finalización de las setenta semanas, como consecuencia de que el tiempo de los judíos como pueblo protegido de Dios había finalizado.
Esquema del texto
Vamos a organizar el texto dentro del esquema que presenta la profecía, a fin de que lo podamos ver más claramente.
La profecía tiene una introducción que dice:
Setenta semanas están determinadas sobre tu pueblo y sobre tu santa ciudad, para terminar la prevaricación, poner fin al pecado, expiar la iniquidad, traer la justicia perdurable, sellar la visión y la profecía, ungir al Santo de los santos. Daniel 9:24
A partir de ahí, explica lo que ocurrirá antes de las 69 semanas y después de las 69 semanas:
Sabe, pues, y entiende, que desde la salida de la orden para restaurar y edificar a Jerusalén hasta el Mesías Príncipe, habrá siete semanas, y sesenta y dos semanas. Daniel 9:25
Era necesario dividir las 69 semanas en dos períodos porque, en el primer período, es decir, las 7 semanas:
“Se volverá a edificar la plaza y el muro en tiempos angustiosos.”
Durante las 62 semanas siguientes, no ocurre nada. Es el período que los teólogos llaman “silencio intertestamentario,” ya que por más de cuatro siglos antes de Cristo no hubo ningún profeta y Dios guardó silencio.
A partir del versículo 26 dice: “Y después de las sesenta y dos semanas,”
que es lo mismo que decir después de las sesenta y nueve semanas porque las sesenta y dos semanas vienen después de las primeras siete.
Después ocurrirán dos acontecimientos muy importantes.
Vamos a colocar aquí el diagrama de la profecía que explicamos en el post anterior, y que se mostró al principio de este post.
Los dos acontecimientos que va a describir ahora son tan catastróficos que era indispensable que Dios los profetizara para demostrar a sus hijos que Él está al control.
El primer acontecimiento es: La muerte del Mesías.
El texto dice: “se quitará la vida al Mesías, mas no por sí.”
Y después de las sesenta y dos semanas se quitará la vida al Mesías, mas no por sí… Daniel 9:26
En el post anterior, la primera parte de esta serie, explicamos que cuando el texto dice “se quitará la vida al Mesías”, se refiere claramente a la crucifixión de Cristo, cumpliéndose así la profecía.
La frase “mas no por sí” indica que no sería Él mismo quien se quitaría la vida, sino que sería asesinado. Esto resalta que su muerte fue en la cruz, ya que nadie puede crucificarse a sí mismo.
El segundo acontecimiento es: La destrucción de la ciudad y el templo.
El texto continúa:
…y el pueblo de un príncipe que ha de venir destruirá la ciudad y el santuario; y su fin será con inundación, y hasta el fin de la guerra durarán las devastaciones. Daniel 9:26
¿Cómo y cuándo ocurrirá esto? En el versículo 27 se nos proporcionan más detalles:
Sobre el primer acontecimiento, la muerte del Mesías, dice:
Y por otra semana confirmará el pacto con muchos; a la mitad de la semana hará cesar el sacrificio y la ofrenda… Daniel 9:27
Sabemos con certeza que está hablando del primer acontecimiento, porque el sacrificio y la ofrenda de animales cesaron cuando fueron reemplazados por el sacrificio de Cristo, el verdadero Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo.
Además, aclara que esto ocurriría a la mitad de la semana, ya que Cristo murió en la Pascua, que siempre cae en primavera, en el año 31. Esto representa exactamente la mitad de la semana profética, que abarca desde el otoño del año 27 hasta el otoño del año 34.
Y luego, sobre el segundo acontecimiento, la destrucción de la ciudad y el templo, sigue diciendo:
…Después, con la muchedumbre de las abominaciones, vendrá el desolador, hasta que venga la consumación, y lo que está determinado se derrame sobre el desolador. Daniel 9:27
Analicemos esta parte de la profecía, a menudo tan mal interpretada, a pesar de que contamos con información muy valiosa para entenderlo:
En primer lugar, nos dice claramente que está hablando de la destrucción de la ciudad y el santuario.
En segundo lugar, en el versículo 27, nos indica que la catástrofe en manos del desolador vendrá después de la última semana. Si todos los acontecimientos son sucesivos, lo lógico es que ocurra inmediatamente después, y no miles de años más tarde.
En tercer lugar, Jesús arrojó información muy valiosa para nosotros y los cristianos de la época sobre esta abominación desoladora. No te pierdas lo que sigue, verás que interesante.
Señales del fin y destrucción de Jerusalén
En Mateo 24, Jesús, hablando del templo, les dice a sus discípulos:
¿Veis todo esto? De cierto os digo, que no quedará aquí piedra sobre piedra, que no sea derribada. Mateo 24:2
Luego, cuando estaban a solas, le preguntan:
¿Cuándo serán estas cosas, y qué señal habrá de tu venida, y del fin del siglo? Mateo 24:3
Los discípulos, sin saberlo, le hicieron dos preguntas en una, porque ellos daban por sentado que el templo se destruiría cuando llegara el fin del mundo.
Entonces, Jesús, de forma velada para ellos, pero no para nosotros, responde a ambas preguntas en Mateo capítulo 24. Habla bastante sobre el tiempo del fin, pero en un momento determinado, menciona la destrucción de Jerusalén.
La profecía de Jesús en Mateo 24, que tiene su paralelismo en Marcos 13 y Lucas 21, es una profecía de doble cumplimiento. Hay profecías que tienen doble cumplimiento, aunque no todas. Como siempre digo, es la Biblia la que nos debe autorizar a darle más de un cumplimiento, y no debe ser una especulación nuestra.
¿Por qué sabemos que esta profecía es de doble cumplimiento? Porque los discípulos le hicieron a Jesús una pregunta cuya respuesta abarcaba dos momentos de la historia completamente diferentes.
No pierdas la concentración en lo que te voy a explicar ahora, porque es clave. Volviendo a Mateo 24, en el versículo 15, Jesús dice:
Por tanto, cuando veáis en el lugar santo la abominación desoladora de que habló el profeta Daniel (el que lee, entienda). Mateo 24:15
Esa frase, “el que lee, entienda”, ya nos está indicando que prestemos atención, porque hay un enigma escondido que debemos descifrar.
Antes de ese versículo, habla de que muchos tropezarán, se entregarán unos a otros, y unos a otros se aborrecerán.
El capítulo 24 de Mateo tiene sus paralelos en los evangelios de Marcos 13 y Lucas 21.
En Marcos 13, a partir del versículo 12, dice lo mismo: que el hermano entregará al hermano y que serán aborrecidos por todos. En Lucas 21 también se menciona lo mismo a partir del versículo 16.
Volviendo a Mateo 24, después del versículo 15 que acabamos de leer, dice que los que estén en Judea huyan a los montes sin perder tiempo, y ¡ay de las que estén encinta!
En los capítulos paralelos, tanto en Marcos como en Lucas, se dice exactamente lo mismo.
Pero aquí viene lo interesante. El versículo 14 de Marcos dice exactamente lo mismo que el versículo 15 de Mateo, tal como era de esperar, advirtiendo sobre la abominación desoladora de la que habló el profeta Daniel.
Sin embargo, en Lucas, justo donde debería estar el mismo versículo que aparece en Mateo 24:15 y en Marcos 13:14, encontramos otro versículo equivalente, dándonos de esta forma la llave del enigma para que lo podamos interpretar.
En Lucas 21:20, dice:
Pero cuando viereis a Jerusalén rodeada de ejércitos, sabed entonces que su destrucción ha llegado. Lucas 21:20
Dejando clarísimo que la abominación desoladora de la que hablaba el profeta Daniel eran los ejércitos que rodearían Jerusalén.
Entonces, ahí sí, los que estén en Judea, huyan a los montes.
Vamos a poner la profecía de las setenta semanas en una línea del tiempo a escala, donde podremos ver la gran coherencia y claridad de lo que estamos hablando.
A mediados del siglo VI a.C., un ángel le explicó a Daniel la profecía. Le dijo que a partir de un momento determinado, que ahora sabemos fue en el 457 a.C., se le daría al pueblo de Israel un plazo de 490 años.
Al principio de ese plazo se construiría el templo, al final moriría el Mesías, y justo después, debido al rechazo del Mesías por parte de los judíos, el templo y Jerusalén serían destruidos.
Así de simple era la profecía, pero no por eso dejaba de ser profunda e importante.
Guerra Judeo-Romana
Ahora hagamos otra comprobación. Repasemos brevemente lo que ocurrió en la destrucción de Jerusalén y el templo para ver si encaja con lo que la profecía dice.
En el año 66 d.C., se desató una rebelión judía contra los romanos, lo que dio inicio a lo que la historia conoce como la guerra judeo-romana.
Un comandante militar llamado Vespasiano marchó hacia Jerusalén con un ejército formado por más de 40,000 efectivos romanos y 15,000 auxiliares de reyes vasallos, demostrando la determinación de Roma de actuar con una superioridad aplastante.
Mientras avanzaba hacia Jerusalén, las tropas conquistaron una ciudad tras otra. De 19 poblaciones, solo cinco opusieron resistencia, y estas fueron destruidas con brutalidad ejemplar. Solo la ciudad de Jerusalén permaneció en manos de los rebeldes.
Para el año 68 d.C., los habitantes de Jerusalén estaban sitiados dentro de la ciudad, atemorizados al ver cómo los romanos habían conquistado ciudades como Gadara, Judea y Jericó.
Sabían que era cuestión de tiempo antes de que Vespasiano conquistara la capital.
Sin embargo, todos los cristianos que se encontraban dentro de Jerusalén recordaban las palabras de advertencia de Jesús.
Las enseñanzas de Jesús eran la base del cristianismo y el tema central de sus reuniones. Ahora que estaban sitiados, se volvieron aún más prominentes entre los seguidores de Jesús las palabras que Él había dicho en Lucas 21:20-21:
20 Pero cuando veáis a Jerusalén rodeada de ejércitos, sabed entonces que su destrucción ha llegado. 21 Entonces los que estén en Judea, huyan a los montes; y los que estén en medio de ella, váyanse; y los que estén en los campos, no entren en ella. Lucas 21:20-21
Pero no entendían del todo. Cuando vieron la ciudad rodeada de ejércitos, tal como Cristo lo había explicado, ya no podían seguir Su consejo, porque estaban sitiados. Y entonces ocurrió el milagro.
De repente, sin previo aviso, todo el ejército de Vespasiano levantó el campamento y emprendió la retirada.
¿Cuál fue el motivo histórico de esta retirada cuando Vespasiano tenía tantas posibilidades de conquistar la ciudad?
Poco después de que Vespasiano comenzara su campaña en Israel, el emperador Nerón se suicidó el 9 de junio del año 68 d.C., sumiendo al Imperio Romano en un año de guerras civiles conocido como «el año de los cuatro emperadores.»
Durante esos meses, Roma tuvo cuatro emperadores diferentes. Primero fue Galba, asesinado poco después. Luego le sucedió Otón, quien tras gobernar poco más de tres meses, se suicidó. Posteriormente, fue sucedido por Vitelio, quien comenzó a gobernar de forma cruel. Sin embargo, Alejandría no aceptó a Vitelio como emperador, y en su lugar proclamó a Vespasiano.
Ante la posibilidad de convertirse en emperador y con el apoyo de las legiones del este, Vespasiano volvió con todo su ejército, que estaba en Jerusalén, hacia Roma para tomar el poder.
Tras librar las batallas necesarias, y después de la muerte de Vitelio, fue nombrado emperador por el senado en diciembre del año 69, convirtiéndose en el emperador que restauró la paz y la prosperidad en el imperio.
Este fue el motivo histórico por el cual los ejércitos romanos abandonaron el sitio de Jerusalén contra todo pronóstico. Pero había un motivo profético que demostraba que Dios estaba en control de la historia de este mundo.
Los ejércitos se retiraron para que los cristianos pudieran cumplir la advertencia de Jesús en Lucas 21:21:
Entonces los que estén en Judea, huyan a los montes; y los que estén en medio de ella, váyanse; y los que estén en los campos, no entren en ella. Lucas 21:21
Conclusión
Sin conocer la historia, no se pueden entender las profecías, pero sin entender las profecías, no se puede comprender la historia. Las profecías revelan el trasfondo espiritual y los motivos divinos detrás de ciertos acontecimientos históricos, especialmente aquellos relacionados con el pueblo de Dios.
Una vez que Vespasiano fue proclamado emperador, una de sus primeras decisiones fue enviar a su hijo Tito, ahora príncipe del imperio, a conquistar Jerusalén. Tito, demostrando gran astucia, decidió demorar el sitio de la ciudad hasta después de la Pascua del año 70.
Con gran estrategia, permitió que los miles de peregrinos que acudían cada año a Jerusalén para la Pascua ingresaran a la ciudad, y justo mientras celebraban, Tito inició el sitio, bloqueando las salidas y generando una presión aún mayor sobre las ya escasas provisiones dentro de la ciudad.
En este punto, es importante señalar algo que la historia secular no puede explicar: durante siglos, los hombres de Israel se trasladaban a Jerusalén tres veces al año para participar en las fiestas anuales, dejando sus ciudades sin protección.
Israel, durante ese tiempo, estuvo rodeado de enemigos, pero nunca, repito, nunca fueron atacados en ninguna de esas festividades. Esto se debió a una protección especial de Dios, tal como se promete en Éxodo 34:24:
Porque yo arrojaré a las naciones de tu presencia, y ensancharé tu territorio; y ninguno codiciará tu tierra, cuando subas para presentarte delante de Jehová tu Dios tres veces en el año. Éxodo 34:24
Esto, querido amigo, los historiadores no lo pueden explicar, porque no tiene lógica. Sin embargo, presta atención a lo siguiente, porque es clave: esta fue la primera vez que los judíos fueron atacados durante una de esas fiestas. ¿Por qué? Porque las setenta semanas se habían cumplido, y el pueblo judío dejó de ser un pueblo especialmente protegido por Dios.
El asedio de Jerusalén resultó ser más complicado de lo que Tito había anticipado. Al no poder romper las defensas de la ciudad en un solo ataque, los romanos se vieron obligados a establecer un campamento en las afueras y esperar.
La situación dentro de la ciudad se volvía cada vez más desesperada. Además, la ciudad ya se encontraba sumida en una guerra civil entre tres facciones que luchaban entre sí, lo que empeoraba aún más las condiciones. El hambre fue tan grave que, según el historiador Flavio Josefo, la gente llegó a comer cuero, heno e incluso a sus propios hijos.
La desesperación dentro de Jerusalén llevó a muchos a desear la llegada de los romanos, esperando que la guerra extranjera les librara de los horrores internos.
Para desmoralizar a la población y forzar la rendición, los romanos crucificaban a todos los enemigos capturados, y las cruces rodeaban la ciudad, visibles desde las murallas.
Aunque Jerusalén estaba protegida por tres murallas, el ejército romano, con el tiempo, logró penetrar cada una de ellas. Para el verano del año 70, la ciudad había caído.
Los soldados saquearon y destruyeron lo que quedaba, tomando tanto oro que su valor cayó a la mitad en Siria al final de la guerra. El templo, a pesar de que Tito había dado órdenes de no dañarlo, fue incendiado y destruido, cumpliendo la profecía de Jesús en Mateo 24:
De cierto os digo, que no quedará aquí piedra sobre piedra, que no sea derribada. Mateo 24:2
Según estimaciones de historiadores como Tácito y Flavio Josefo, y cálculos actuales, se estima que entre 600,000 y 1,300,000 judíos murieron durante la guerra judeo-romana, y más de 90,000 fueron vendidos como esclavos. Fue una guerra catastrófica que marcó el final del Estado judío en la antigüedad.
Y así se cumplió al pie de la letra lo que la profecía había anunciado a partir de las 69 semanas: «Se quitará la vida al Mesías, mas no por sí; y el pueblo de un príncipe que ha de venir destruirá la ciudad y el santuario.»
Muchos que interpretan este versículo en el contexto del tiempo del fin especulan sobre si quien destruirá la ciudad será el príncipe o su pueblo. Ahora ya lo sabes: el príncipe fue Tito, el hijo del emperador Vespasiano.
Sin embargo, la profecía claramente dice «el pueblo del príncipe» y no el príncipe mismo, porque aunque los ejércitos estaban bajo el mando de Tito, no fue decisión suya conquistar Jerusalén, sino de Roma. Nerón había dado la orden a Vespasiano, y este se la transmitió a su hijo Tito.
La precisión profética es realmente sorprendente y no puede ser más clara: «El pueblo de un príncipe que ha de venir destruirá la ciudad y el santuario.» Y eso fue exactamente lo que sucedió inmediatamente después de la finalización de las setenta semanas. Más claro, imposible.
¿Cómo ocurriría esto? La profecía lo detalla en el versículo 27: «Después con la muchedumbre de las abominaciones vendrá el desolador, hasta que venga la consumación, y lo que está determinado se derrame sobre el desolador.» De esta manera, otra profecía fue cumplida.
Cuando los judíos exigían la muerte de Jesús ante Pilato, en Mateo 27:25 se relata que «respondiendo todo el pueblo» decían:
Su sangre sea sobre nosotros y sobre nuestros hijos. Mateo 27:25
Ellos mismos proclamaron su propia condena. Una generación después, la sangre derramada de Jesús fue sobre ellos y sobre sus hijos.
En Lucas 21:21-23, Jesús advierte:
21 Entonces los que estén en Judea, huyan a los montes; y los que en medio de ella, váyanse; y los que estén en los campos, no entren en ella. 22 Porque estos son días de retribución, para que se cumplan todas las cosas que están escritas. 23 Mas ¡ay de las que estén encintas, y de las que críen en aquellos días! Porque habrá gran calamidad en la tierra e ira sobre este pueblo. Lucas 21:21-23
Todo encaja perfectamente, sin especulaciones. Aquellos que trasladan la última semana de la profecía al tiempo del fin no solo distorsionan lo que la profecía expresa claramente, sino que además añaden un paréntesis de más de dos mil años entre la semana 69 y la 70, algo que la profecía no autoriza.
Intentarán convencerte de esa falsa creencia utilizando textos como Romanos 11:25, que dice:
Que ha acontecido a Israel endurecimiento en parte, hasta que haya entrado la plenitud de los gentiles. Romanos 11:25
Sostienen que este texto introduce ese paréntesis para los gentiles, esperando que luego se cumpla la última semana para los judíos.
¿Pero por qué? ¿Qué relación tiene este texto ambiguo de Romanos con la profecía de Daniel? Es pura suposición. Y el hecho de que lo prediquen doctores en teología o figuras influyentes no lo hace menos especulativo.
La interpretación de la profecía no funciona de esa manera. La Biblia, sin lugar a dudas, es la que debe proporcionarnos la interpretación correcta de la profecía.
Hasta aquí hemos llegado en este post. En el próximo post, continuaremos analizando otras interpretaciones de esta profecía, centrándonos más en las divergencias sobre las fechas propuestas y algunos temas de interés adicionales. No te lo pierdas!
Por CHRISTIAN JABLOÑSKI
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