Cuando Juan el Bautista vino para preparar el camino para Jesús, en Mateo 3:1-2 se nos dice que predicaba:
Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado. Mateo 3:2
Posteriormente, Jesús comenzó su ministerio, y en Mateo 4:17 se dice que predicaba exactamente lo mismo:
Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado. Mateo 4:17
Cuando Jesús ascendió al cielo y los discípulos continuaron predicando, en Hechos 2:38 se nos relata que Pedro, dirigiéndose a la multitud, también proclamaba:
Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros. Hechos 2:28
Es evidente, entonces, que el arrepentimiento es un tema crucial para todo cristiano, y lo analizaremos en este post.
Muchos afirman: «La salvación es por gracia, pero nosotros debemos arrepentirnos. Así que parte de la salvación depende de nuestras obras.»
Sin embargo, este planteamiento es incorrecto, ya que el arrepentimiento también es una obra que realiza el Espíritu Santo en nosotros, y lo hace a través de cuatro pasos importantes:
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ToggleEl primer paso: Nos convence de pecado.
En Juan 16:7, Jesús promete enviar al Consolador, y en el versículo 8 nos dice que cuando Él venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio.
7 Pero yo os digo la verdad: Os conviene que yo me vaya; porque si no me fuera, el Consolador no vendría a vosotros; mas si me fuere, os lo enviaré. 8 Y cuando él venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio. Juan 16:7-8
El hombre que aún no ha nacido de nuevo, a quien la Biblia llama «el hombre carnal», suele decir: «Yo soy una buena persona, no mato, no robo, no hago mal a nadie», y no siente ninguna necesidad de cambio.
Sin embargo, cuando alguien acepta a Jesús, se enfrenta cara a cara con Su vida perfecta, Su infinito amor y Su santa palabra. Es entonces cuando se hace inevitable ver la gran diferencia entre nuestra vida y la de Cristo. Gracias al Espíritu Santo hemos dado el primer paso: nos hemos convencido de nuestro pecado.
El Espíritu Santo nos revela aquello en nuestra vida que:
- Nos daña.
- Nos lastima.
- Nos impide crecer espiritualmente.
- Impide que seamos mejores templos del Espíritu Santo.
- Nos limita a ser un mejor instrumento en Sus manos.
En definitiva, nos muestra aquello que de alguna manera nos separa de Dios.
El segundo paso: Tristeza por el pecado.
Es el Espíritu Santo quien nos lleva a experimentar tristeza, tal como lo explica 2 Corintios 7:9-10, donde dice:
9 Ahora me gozo, no porque hayáis sido contristados, sino porque fuisteis contristados para arrepentimiento; 10 porque la tristeza que es según Dios produce arrepentimiento para salvación. 2 Corintios 7:9-10
Es precisamente esta tristeza celestial la que nos impulsa a desear cambiar para reflejar la imagen de Cristo.
Es fundamental notar, y este es un punto clave, que la tristeza que el Espíritu Santo pone en nosotros no es por las consecuencias del pecado, sino por el pecado en sí mismo.
El tercer paso: La confesión.
Lo primero que quiero aclarar es que la confesión debe ser realizada en oración privada y personal, directamente a Dios, sin intermediarios.
En Hebreos 4:14-16 se nos dice que tenemos:
14 Por tanto, teniendo un gran sumo sacerdote que traspasó los cielos, Jesús el Hijo de Dios, retengamos nuestra profesión. 15 Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado. 16 Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro. Hebreos 4:14-16
A continuación, te dejo algunos versículos que indican que Cristo es nuestro único mediador, nuestro abogado y que nadie puede llegar al Padre sino a través de Él.
Por lo tanto, no necesitamos ningún otro mediador para acercarnos a nuestro único Mediador.
Sabiendo esto, y entendiendo que podemos confesar nuestros pecados directamente a Dios en oración, siempre dirigiéndonos al Padre en el nombre de Jesús, tal como Él mismo nos enseñó en Juan 14:13:
Y todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Juan 14:13
Al leer este versículo comprendemos lo siguiente:
El Espíritu Santo nos muestra aquello que en nuestra vida nos separa de Dios y que podemos cambiar, y obra el milagro de producir en nosotros una tristeza sincera, como la de quien se aleja de un ser querido.
Es en ese momento cuando debemos confesar nuestros pecados y pedir en oración que Dios nos ayude a cambiar.
Esta práctica siempre ha sido la misma. Aquí abajo te dejo algunos versículos que hablan de la importancia de la confesión en el Antiguo Testamento.
Incluso en el Nuevo Testamento, la confesión estaba presente. Cuando Juan el Bautista bautizaba, lo hacía exhortando al arrepentimiento.
¿Qué significa confesar un pecado? Y, ¿qué no es confesar?
Comencemos por decir qué no es confesión. Normalmente, cuando oramos, decimos: «Perdona nuestros pecados». Sin embargo, esto no es confesar nuestros pecados. Esta es una generalización que a menudo utilizamos para evitar el acto incómodo de la confesión genuina, es decir, mencionar ante Dios nuestro pecado, de forma específica, pidiendo sinceramente Su ayuda para abandonarlo.
Como ya bien sabes, la confesión no es para que Dios se entere de lo que hemos hecho, ya que Él conoce perfectamente todas nuestras acciones, debilidades y flaquezas.
La confesión es para que nosotros humillemos nuestra alma delante de Dios, confiando en que, por Su amor y providencia, nos proveerá los medios y la fortaleza necesarios para abandonar aquello que nos separa de Él.
Esto está bellamente ilustrado en la primera experiencia de separación entre el hombre y Dios. En el mismo Génesis, cuando Adán y Eva pecan y se esconden, Dios le pregunta a Adán en Génesis 3:9: «¿Dónde estás?». Y en Génesis 3:11 le vuelve a preguntar:
¿Quién te enseñó que estabas desnudo? ¿Has comido del árbol del que yo te mandé no comieses?. Genesis 3:11
Es evidente que Dios no les preguntaba para obtener información que ya conocía, sino que les estaba dando una oportunidad para la confesión.
Gracias al sacrificio de nuestro Señor Jesucristo, la Biblia está llena de promesas para quienes deciden someterse al poder sanador y transformador del Espíritu Santo. En 1 Juan 1:9 leemos:
Si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad. 1 Juan 1:9
La salvación es por fe, lo que significa que creemos que Dios nos perdona y nos levantamos restaurados. Sé lo que podrías estar pensando: «La teoría está impecable, pero la práctica es otra cosa. He fallado tantas veces». Sí, entiendo perfectamente. En relación con esto, quiero decirte dos cosas:
En primer lugar, se trata de una cuestión de voluntad, de entrega. Si le confiesas tu pecado a Dios y derramas tu alma ante Él con sinceridad, sucederán dos cosas:
- O dejarás de orar.
- O tarde o temprano abandonarás el pecado.
No te rindas. No en vano Apocalipsis 14:12 describe a los salvos diciendo:
He aquí la paciencia de los santos. Apocalipsis 14:12
Y, ¿qué es paciencia sino perseverar en la entrega y el arrepentimiento?
En segundo lugar, si estás luchando por seguir a Cristo, nunca te desanimes por cualquier caída. ¿Qué pasa si volvemos a caer? ¿Es que no fue sincero nuestro arrepentimiento?
No es lo mismo caer en el pecado que practicar el pecado.
Juan dice en 1 Juan 3:9 y en 5:18 que «el que es nacido de Dios, no practica el pecado». Pero el mismo autor también nos dice en 1 Juan 2:1:
Estas cosas os escribo para que no pequéis; y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo. 1 Juan 2:1
Nuestra tarea es entregar nuestras almas impotentes a nuestro compasivo Redentor, tal como somos: seres falibles y pecaminosos. No debemos confiar en nosotros mismos ni en nuestras buenas obras.
Debemos conectarnos con el Creador de nuestra existencia, llevándole no solo nuestras cargas y preocupaciones, sino también nuestras culpas, vergüenzas y, sobre todo, nuestro deseo de cambiar con Su ayuda. Así, encontraremos descanso en Él.
Esta confesión autoriza al Espíritu Santo a realizar un milagro en nosotros, llevándonos al cuarto paso para que el arrepentimiento sea genuino y la obra del Espíritu Santo dé fruto en nuestra vida.
El cuarto paso: El abandono del pecado.
Este es el gran secreto del triunfo del cristiano. Para nosotros es imposible agradar y obedecer a Dios, pero para Él, nada es imposible. Si permitimos que el Espíritu Santo nos guíe en todo el proceso, Él nos llevará de triunfo en triunfo.
En Romanos 8:13 se nos dice:
Porque si vivís conforme a la carne, moriréis; pero si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis. Romanos 8:13
Y en Filipenses 2:13:
Porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad. Filipenses 2:13
Tres aspectos importantes sobre el proceso de arrepentimiento
- Es una obra del Espíritu Santo, como ya ha quedado claro hasta este punto.
- Cuando el arrepentimiento es genuino, obra del Espíritu Santo, la tristeza que sentimos es sobre el pecado, no sobre las consecuencias del mismo. Es esa tristeza por el pecado lo que transforma nuestra naturaleza. Lo que antes nos agradaba, ahora no deseamos practicarlo, simplemente porque nos separa de Dios.
- Deben manifestarse las cuatro etapas para que el arrepentimiento sea genuino.
Es posible que conozcamos que estamos haciendo algo mal y resistamos al Espíritu Santo. Lo que antes incomodaba nuestra conciencia, puede que ya no lo haga. Resistiéndole al Espíritu Santo, nuestra conciencia puede llegar a cauterizarse.
También podemos conocer y sentir tristeza, pero resistir al Espíritu Santo, de manera que la tristeza desaparezca con el tiempo. ¿Es posible confesar sin tristeza? Por supuesto. En el capítulo 7 de Josué se relata la historia de Acán.
Si no conoces la historia, te la resumo: Acán desobedeció a Dios tomando objetos de valor del botín de la conquista de Jericó, lo cual estaba prohibido. Era anatema. Cuando el pueblo de Israel enfrentó a la ciudad de Hai, sufrió una derrota inesperada, y Dios reveló a Josué que la causa era la desobediencia de alguien.
En el versículo 12, Dios declara que no estaría con ellos hasta que se destruyera el anatema. Mediante un proceso de eliminación, se descubrió que Acán era el culpable.
Acán confesó su pecado y reveló dónde había escondido los objetos robados. No obstante, su confesión no fue originada por la tristeza del Espíritu Santo, sino porque había sido descubierto, y buscaba evitar el castigo. Finalmente, Acán fue ejecutado y sus posesiones fueron destruidas.
Cuando la tristeza no proviene del Espíritu Santo, genera remordimiento, que puede llevar a la desesperación, como ocurrió con Judas. Por ello, 2 Corintios 7:10 dice:
Porque la tristeza que es según Dios produce arrepentimiento para salvación; pero la tristeza del mundo produce muerte. 2 Corintios 7:10
¿Es posible sentir tristeza sin abandono del pecado?
Sí, como le ocurrió a Esaú, tal como relata Hebreos 12:16-17, donde se menciona que «no hubo oportunidad para el arrepentimiento, aunque la procuró con lágrimas.»
16 no sea que haya algún fornicario, o profano, como Esaú, que por una sola comida vendió su primogenitura. 17 Porque ya sabéis que aun después, deseando heredar la bendición, fue desechado, y no hubo oportunidad para el arrepentimiento, aunque la procuró con lágrimas. Hebreos 12:16-17
Es posible que cualquiera de las cuatro etapas ocurra sin que se manifieste un arrepentimiento genuino si resistimos al Espíritu Santo.
¿Es posible abandonar el pecado sin tristeza o convicción?
Claro, por interés. Podemos abandonar el pecado por conveniencia, por imagen, por miedo a ser descubiertos o para ser aceptados en un grupo. Pero eso no es arrepentimiento.
Una pequeña reflexión
¿Cómo podría el Espíritu Santo convencerte, entristecerte, llevarte a confesar y abandonar un pecado, si tú crees que la ley de Dios ya no existe, o que no necesitas guardarla porque Cristo la guardó por ti, o que fue modificada?
Es una estrategia ingeniosa del enemigo, ¿no te parece? Te dejo esta reflexión para que la consideres.
Conclusión
Si el arrepentimiento proviene de Dios, lo sabremos porque se darán los cuatro pasos y porque ocurrirá un milagro: el poder de Dios, que es amor, se manifestará en nosotros. ¿Sabes cuál es el poder del amor? El poder de transformar vidas a la imagen y semejanza de nuestro Creador.
Esta transformación diaria no es otra cosa que el bautismo del Espíritu Santo, del cual hable en un post anterior.
En Jeremías 17:7-8 se nos dice:
7 Bendito el varón que confía en Jehová, y cuya confianza es Jehová. 8 Porque será como el árbol plantado junto a las aguas, que junto a la corriente echará sus raíces, y no verá cuando viene el calor, sino que su hoja estará verde; y en el año de sequía no se fatigará, ni dejará de dar fruto. Jeremías 17:7-8
Por eso Jesús en Mateo 3:8 dijo:
Haced, pues, frutos dignos de arrepentimiento. Mateo 3:8
Y en Gálatas 5:22, Pablo aclara que el fruto es del Espíritu, no nuestro.
22 Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, 23 mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley. Gálatas 5:22
No te olvides de perderte ningún post, porque sin duda alguna, comprender estos temas puede ser crucial para tu salvación eterna y la de tu familia. Al entender lo que hemos discutido, sabrás que solo tienes el fracaso asegurado por tus propios medios.
Pero si permites al Espíritu Santo trabajar en tu vida, como dice Romanos 8:37:
somos más que vencedores por medio de Aquel que nos amó. Romanos 8:37:
Nos vemos en el próximo post.
Por CHRISTIAN JABLOÑSKI
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