El Apocalipsis ofrece una visión solemne sobre la segunda venida de Cristo y cómo Dios, en ese momento final, separará a la humanidad en dos grupos.
En Apocalipsis 20:4, se nos dice que, por un lado, estarán aquellos que recibirán tronos y la facultad de juzgar. Estos son los que no recibieron la marca en sus frentes ni en sus manos; ellos vivieron y reinaron con Cristo durante mil años.
Vi tronos, y se sentaron sobre ellos los que recibieron facultad de juzgar. Y vi las almas de los decapitados por causa del testimonio de Jesús y por la palabra de Dios, los que no habían adorado a la bestia ni a su imagen, ni recibieron la marca en sus frentes ni en sus manos; y vivieron y reinaron con Cristo mil años. Apocalipsis 20:4
Por otro lado, en el versículo 15, se menciona a los que no están inscritos en el libro de la vida y, por ende, fueron lanzados al lago de fuego.
El que no se halló inscrito en el libro de la vida, fue lanzado al lago de fuego. Apocalipsis 20:15
Esta clara separación de la humanidad en dos grupos coincide con las enseñanzas de Cristo, quien también habló del tiempo del fin, como se encuentra en Mateo 25:31-46.
En este pasaje, Jesús describe una separación entre las personas a su derecha y a su izquierda. En el versículo 34, a los de la derecha les dirá:
Vengan benditos de mi Padre, y reciban el reino preparado para ustedes. Mateo 25:34
Sin embargo, en el versículo 41, a los del grupo de la izquierda les dirá:
Apártense de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles. Mateo 25:41
La Biblia, a través de muchos de sus profetas, habla de estos dos destinos diferenciados para los seres humanos. Daniel, en el capítulo 12, versículo 2, lo expresa con claridad al decir que:
muchos de los que duermen en el polvo de la tierra despertarán, unos para vida eterna, y otros para vergüenza y confusión perpetua. Daniel 12:2
Para aquellos que creemos en la palabra de Dios, es crucial comprender qué debemos hacer para estar del lado correcto en ese juicio final. Cuando algo es extremadamente importante, solemos decir que es «cuestión de vida o muerte».
En este caso, la comprensión de este tema es aún más trascendental, ya que literalmente es una cuestión de vida eterna o de muerte eterna.
Por eso, este post es el primero de una serie imprescindible titulada «El plan de Salvación». Como introducción a esta lista, he considerado oportuno empezar con el tema del «Perdón de Dios», pues el plan de salvación comienza precisamente con el infinito amor de Dios manifestado en Su perdón.
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ToggleEl perdón de Dios
Con todas las enseñanzas de la Biblia, es fácil caer en dos extremos opuestos y perder el equilibrio necesario. El tema del perdón de Dios no es una excepción.
Por un lado, hay creyentes que viven bajo el peso aplastante de la culpa, incapaces de perdonarse a sí mismos y de ver claramente el perdón de Dios. Incluso si lo conocen, no creen que ese perdón los alcance.
Esta realidad es mucho más común de lo que solemos pensar en el cristianismo. De hecho, muchos cristianos no se perciben a sí mismos como salvos, y ¿qué es no sentirse salvo, sino no sentirse perdonado?
Por otro lado, existen aquellos que, al descubrir el infinito amor de Dios manifestado en su perdón, llegan a la conclusión errónea de que no importa lo que hagan o cómo vivan, pues, al final, ese perdón los alcanzará de todas maneras.
Este concepto, por supuesto, es completamente contrario a lo que enseñan los versículos que hemos citado en la introducción de este post y a muchos otros pasajes bíblicos.
Mi intención es profundizar en esta temática a lo largo de esta serie de publicaciones. Sin embargo, en este post, quiero centrarme en describir el perdón de Dios, con la plena certeza de que me quedaré corto en el intento, como un niño que trata de vaciar el océano con su pequeño balde de juguete.
Para empezar, me gustaría analizar el significado del verbo «perdonar» a través de su etimología. La etimología de las palabras es fascinante, porque nos revela muchas verdades profundas.
El verbo «perdonar» está compuesto por dos elementos: el prefijo «per-» y el verbo «donar».
El verbo «dar» implica entregar algo, pero esa entrega no siempre es voluntaria o desinteresada. Puedo entregar algo porque lo debo, porque me lo pagaron, o porque es una obligación.
Sin embargo, «donar» es diferente. Donar siempre significa entregar algo sin recibir nada a cambio, es un acto de generosidad absoluta. Toda donación es, en esencia, un regalo.
En el verbo «perdonar», la palabra «donar» está precedida por el prefijo «per-«. Este prefijo añade una dimensión de completitud. Por ejemplo, la palabra «durable» se refiere a algo que dura, pero «perdurable» significa algo que dura mucho tiempo.
Seguir a alguien significa caminar detrás de una persona, pero «perseguir» lleva el significado mucho más allá, dotándolo de una intensidad mayor.
Así, cuando hablamos del perdón de Dios, estamos describiendo una donación completa, un regalo que no se basa en méritos, sino en la gracia infinita de Dios, y que es capaz de abarcar la totalidad de nuestras faltas y restaurarnos completamente.
Así que, por definición, el perdón es una donación, pero de manera superlativa. No es algo parcial ni una simple disculpa; debe ser completo y perfecto.
Partiendo de esta comprensión, quiero recalcar que el perdón de Dios no tiene comparación con el nuestro. Aunque fuimos creados a imagen y semejanza de Dios y compartimos muchas características con nuestro Creador, el perdón de Dios está en una dimensión completamente diferente.
Por ejemplo, Dios nos llama a ser santos como Él es santo, pero Su santidad es intrínseca a Su naturaleza divina, mientras que la nuestra es una imitación limitada.
También, nosotros participamos en la creación al procrear hijos, pero la capacidad de Dios para crear vida es incomparable, pues Él crea de la nada, con solo Su palabra.
Del mismo modo, aunque podemos perdonar porque fuimos hechos a Su imagen, nuestro perdón no se asemeja al de Dios. ¿En qué sentido es diferente el perdón de Dios? En todo.
Por ejemplo, cuando nosotros perdonamos, la relación no siempre se restaura completamente, pero cuando Dios perdona, Él restaura la relación por completo.
Nosotros no tenemos el poder de quitar la culpa, pero Dios sí lo hace. Además, nuestro perdón puede parecer barato; perdonar a alguien puede no costarnos mucho. Sin embargo, para Dios, el perdón fue costoso, extremadamente costoso.
Si alguien te roba una bicicleta y decides perdonarlo, te habrá costado una bicicleta. Pero en el caso de Dios, como el Juez del universo, el precio del perdón fue infinitamente mayor.
Entonces, ¿cómo es posible que Dios, que odia el pecado, siga amando al pecador? ¿Cómo puede hacer culpable al inocente para que el culpable se convierta en inocente? ¿Cómo puede restaurar una relación rota a través del perdón y, además, quitar la culpa ante Él, ante nosotros mismos y ante el universo?
¿Cómo es posible que un ser Todopoderoso, Perfecto y Santo se preocupe por borrar las iniquidades de seres indignos como tú y yo, y a un precio tan alto?
El perdón de Dios es tan vasto y tan profundo que en la Biblia se expresa mediante cuatro palabras claves: propiciación, redención, remisión y expiación.
Estas cuatro palabras, aunque parezcan complejas, describen diferentes aspectos del perdón divino, y todas ellas encuentran su plenitud en la obra de Cristo en la cruz.
Estas palabras provienen del ámbito jurídico, porque la Biblia, en gran medida, utiliza un lenguaje legal. En las Escrituras se habla de juicios, de pactos que son contratos, de Satanás como acusador o fiscal, de un juez y de un abogado defensor.
Y, cuando exploramos más profundamente el plan de salvación, descubrimos que el gran conflicto entre Jesús y Satanás es un conflicto legal. Es por esto que muchos profetas, y especialmente el libro de Apocalipsis, hablan tanto sobre el juicio, o mejor dicho, sobre los juicios, ya que hay más de uno.
Cada una de estas cuatro palabras tiene un significado diferente, pero todas ellas describen acciones que Cristo realizó en la cruz. Por lo tanto, si quieres entender verdaderamente el perdón de Dios, no puedes mirar en otra dirección que no sea la cruz de Cristo.
Es allí donde se revelan los misterios del perdón, donde Dios muestra cómo es posible redimir, restaurar y liberar al pecador a un precio tan alto: el sacrificio perfecto de Su Hijo.
Propiciación
El término «propiciación» es fundamental para comprender el perdón de Dios, aunque muchas veces se traduce como piedad, misericordia o perdón, lo que puede confundirnos sobre su significado más profundo.
La palabra se encuentra en pasajes como la parábola del fariseo y el publicano en Lucas 18:13.
Pero el publicano, estando lejos, no quería ni aun alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: “Dios, sé propicio a mí, pecador.” Lucas 18:13
En este versículo, el publicano, lleno de remordimiento, se golpea el pecho y dice: «Se propicio a mí». Algunas versiones bíblicas lo traducen como «ten piedad de mí» o «ten misericordia», y aunque estas traducciones no son incorrectas, pierden el matiz técnico y profundo de la palabra propiciación.
La propiciación, en su forma original griega, es hilasmós, y su significado más exacto es «aplacar la ira de Dios». Dios, en su santidad, no puede tolerar el pecado; lo repudia porque ve las consecuencias destructivas que trae.
El pecado es incompatible con Su naturaleza perfecta y, por ende, debe ser eliminado. La propiciación es, entonces, la acción mediante la cual se calma la justa ira de Dios hacia el pecado, no porque Dios sea vengativo, sino porque su santidad demanda justicia.
Imagina una situación donde un conductor ebrio atropella a un niño y el caso llega a juicio. Coincidentemente, el juez que preside el caso es alguien que, años antes, también perdió a su propio hijo en circunstancias similares. En este contexto, parecería imposible que el juez sea imparcial.
Pero en el momento en que todo parece perdido para el acusado, se entera de que su abogado defensor es el hijo mayor del juez. Este abogado tiene la capacidad de mediar entre el juez y el acusado, con el conocimiento de la gravedad del caso, pero también con la posibilidad de aplacar la ira del juez.
Esta analogía nos ayuda a entender cómo Jesús, como nuestro abogado, intercede por nosotros ante el Padre. Él no solo intercede, sino que Él mismo es la propiciación por nuestros pecados. En 1 Juan 2:1-2 leemos:
1 Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis. Pero si alguno ha pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo, el justo. 2 Él es la propiciación por nuestros pecados, y no solamente por los nuestros, sino también por los de todo el mundo. 1 Juan 2:1-2
Aquí, el apóstol Juan usa la palabra hilasmós para enfatizar que Jesucristo, en su sacrificio, aplaca la ira justa de Dios.
El amor de Dios es tan grande que, como explica Romanos 3:25, fue el propio Dios quien puso a su Hijo como propiciación a través de la fe en su sangre.
a quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre, para manifestar su justicia, a causa de haber pasado por alto, en su paciencia, los pecados pasados. Romanos 3:25
De hecho, en 1 Juan 4:10 se nos dice que:
En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados. 1 Juan 4:10
Es mirando a la cruz que encontramos la seguridad del perdón de Dios.
Esta profunda verdad también se refleja en el Antiguo Testamento. El término «propiciación» nos conecta directamente con el «propiciatorio», la tapa de oro que cubría el Arca de la Alianza, como se menciona en Éxodo 25:17.
»Harás un propiciatorio de oro fino, cuya longitud será de dos codos y medio, y su anchura de codo y medio. Éxodo 25:17
Este lugar, donde la sangre del sacrificio se esparcía para expiar los pecados de Israel, es un símbolo del papel de Cristo como propiciación por nuestros pecados.
Pasemos ahora a la segunda palabra clave en nuestro entendimiento del perdón divino.
Redención
La palabra griega para redención es apolútrosis, que significa «liberar pagando un rescate». Siguiendo con el ejemplo del hombre que conducía ebrio y atropelló a un niño, el juez no tiene más remedio que dictar un veredicto justo: «Culpable».
Como juez justo, no puede pasar por alto el delito. Sin embargo, la sorpresa del universo es que el propio hijo del juez se ofrece como abogado del acusado. Pero lo que asombra aún más es que este hijo decide pagar la condena con su propia sangre.
Eso es exactamente lo que significa la redención: el acto de ser liberado por medio de un alto precio. En Apocalipsis 5:9, refiriéndose a los redimidos, se dice:
Y con tu sangre nos has redimido. Apocalipsis 5:9
De manera similar, en Romanos 3:24 se menciona que somos:
justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús. Romanos 3:24
Estos y muchos otros versículos revelan que el precio de nuestra redención fue la sangre de Cristo, el mayor sacrificio imaginable. Nos tomará toda la eternidad comprender plenamente el costo de la cruz.
Gálatas 3:13 nos ofrece una comprensión aún más profunda del sacrificio de Cristo:
Cristo nos redimió de la maldición de la ley, hecho por nosotros maldición. Gálatas 3:13
Pablo aquí hace referencia a Deuteronomio 21:23, que establece que:
maldito todo el que es colgado en un madero. Deuteronomio 21:23
Esto significa que Jesús no solo pagó el precio, sino que se hizo maldito por nosotros.
Ser maldito es peor que estar bajo anatema o ser excomulgado. Implica estar completamente desechado, sin esperanza, separado para siempre, como un miembro gangrenado que debe ser amputado.
Este es el profundo nivel de separación que Jesús experimentó en la cruz para redimirnos. Fue ese acto el que permitió nuestra liberación del pecado y la muerte.
Un claro símbolo de este sacrificio lo encontramos en el Antiguo Testamento, cuando Moisés levantó una serpiente de bronce en el asta, y todos los que la miraban eran sanados.
9 Hizo Moisés una serpiente de bronce, y la puso sobre una asta. Y cuando alguna serpiente mordía a alguien, este miraba a la serpiente de bronce y vivía. Números 21:8-9
Es mirando a la cruz que encontramos el perdón por gracia, un regalo completamente inmerecido. Cristo, nuestro abogado, no solo defiende nuestra causa, sino que paga nuestra condena con su propia vida.
Pero, ¿qué sucede con la vergüenza que acompaña al pecado? Aunque somos liberados de la condena, el peso de la vergüenza y la memoria de nuestros actos pueden persistir. Aquí es donde entra en juego la tercera faceta del perdón divino, que se expresa en la palabra remisión.
Remisión
Remisión (Griego: áfesis) significa enviar lejos nuestras transgresiones.
Siguiendo con nuestra reflexión, hemos sido perdonados de la condena de muerte gracias a la redención que Cristo nos ofreció en la cruz. Cristo, como nuestro abogado, pagó el castigo que merecíamos, liberándonos de la condena.
Sin embargo, ¿qué ocurre con la vergüenza que sentimos al recordar nuestras transgresiones? Aunque somos perdonados, tanto Dios, Jesús, como los seres celestiales siguen sabiendo lo que hicimos. La vergüenza persiste, y puede ser difícil imaginar cómo podremos enfrentarlos.
Piensa en el caso de un asesino que ha sido perdonado por un juez. Aunque el juez lo absuelva, sigue siendo conocido como un asesino. Imaginen, por ejemplo, al rey David, perdonado por Dios, encontrándose en el cielo con Urias el heteo, el esposo de Betsabé.
Urias era un soldado honesto y fiel a David. El rey, impulsado por su deseo por Betsabé, adulteró con ella y luego, al descubrir que estaba embarazada, orquestó la muerte de Urias en el campo de batalla.
Después de este grave pecado, David fue confrontado por el profeta Natán. A pesar de sufrir las consecuencias de su pecado, incluyendo la muerte de su hijo, David se arrepintió sinceramente y fue perdonado por Dios. Aún así, ¿cómo es posible que David, quien fue adúltero, mentiroso y asesino, sea recordado con estas palabras de Dios?
En 1 Reyes 9:4, Dios dice que David «anduvo con integridad de corazón». Y en 1 Reyes 11:4, se menciona que «el corazón de Salomón no era perfecto como el corazón de David».
¿Cómo es posible esto? ¿Se olvidó Dios de los pecados de David? Sí, Dios se olvidó. Cuando Dios dice que perdona, lo hace por completo, y eso incluye olvidar nuestros pecados. Aquí entra en juego la palabra remisión.
En Hebreos 10:17-18, Dios dice:
17 añade:«Y nunca más me acordaré de sus pecados y transgresiones»,18 pues donde hay remisión de estos, no hay más ofrenda por el pecado. Hebreos 10:17-18
Esto quiere decir que, gracias a Cristo, nuestros pecados no solo son perdonados, sino también borrados de la memoria de Dios. En la cruz, Cristo hizo posible esta remisión al derramar su sangre por nosotros, como se explica en Hebreos 9:22:
Y según la Ley, casi todo es purificado con sangre; y sin derramamiento de sangre no hay remisión. Hebreos 9:22
Por esta razón, durante la Última Cena, cuando Jesús partió el pan y dio a sus discípulos el vino, dijo en Mateo 26:28:
Esto es mi sangre del nuevo pacto, que es derramada por muchos para remisión de los pecados. Mateo 26:28
La remisión significa que Dios envía lejos nuestras transgresiones. Como se dice en Isaías 43:25:
Yo, yo soy el que borro tus rebeliones por amor de mí mismo, y no me acordaré de tus pecados. Isaías 43:25
Es mirando a la cruz que encontramos un perdón total y eficaz, que no solo nos libera de la condena, sino también de la vergüenza de nuestros pecados.
Pero aún falta la última palabra. Aunque Cristo intercedió, pagó nuestro rescate y borró nuestros pecados, queda una pregunta: ¿cómo nos libramos de la culpa? ¿Cómo podemos, especialmente después de haber cometido un pecado grave, vivir con la conciencia limpia? ¿Cómo podremos disfrutar de un paraíso inmerecido sin cargar con el peso de la culpa?
Aquí es donde entra en juego la cuarta y última palabra.
Expiación
La palabra expiación ha sido muchas veces confundida con propiciación, pero su significado es muy diferente. En las religiones paganas, cuando alguien cometía una falta, era esa persona quien debía reparar o restituir mediante penitencia o castigo.
En contraste, la Biblia enseña que, aunque hemos ofendido a Dios con nuestros pecados, es Él quien expió nuestros pecados por nosotros.
La expiación en la Biblia proviene del hebreo kaphar (כָּפַר), una forma verbal de kippur, que aparece más de cien veces en el Antiguo Testamento. Su significado concreto es cubrir o remover una transgresión.
Este concepto nos remite al relato de Adán y Eva. Cuando ellos pecaron, lo primero que sintieron fue una inmensa culpa, tanto que se percibieron desnudos. Esta sensación de culpa no puede ser cubierta por ninguna prenda física o material en el universo; solo puede ser cubierta por Cristo.
Nuestro Salvador, en su amor infinito, extiende sobre nosotros un manto de justicia. A través de la eficacia de su sangre derramada en la cruz, cubre y remueve el pecado que nos separaba de Dios.
De esta manera, no solo somos perdonados, sino que todo vestigio de mal en nuestras vidas, incluso el recuerdo de nuestras transgresiones, será removido para siempre.
El profeta Isaías proclama esta verdad en Isaías 61:10:
En gran manera me gozaré en Jehová, mi alma se alegrará en mi Dios; porque me vistió de vestidos de salvación, me rodeó de manto de justicia. Isaías 61:10
Asimismo, el apóstol Pablo nos recuerda en Romanos 4:7:
Bienaventurados aquellos cuyas iniquidades son perdonadas, y cuyos pecados son cubiertos. Romanos 4:7
Es mirando a la cruz que encontramos un perdón absoluto. La obra de Cristo en la cruz no solo cubre nuestros pecados, sino que los remueve por completo.
Lo que Cristo logró en ese acto de amor y sacrificio es extraordinario, incomparable. El tratamiento de nuestros pecados en la cruz es un diseño divino que será tema de estudio por toda la eternidad.
Este profundo entendimiento de la expiación nos revela que, más allá de la justicia humana, la justicia divina ofrecida por Cristo nos cubre completamente. Y en la comprensión de este tema puede estar tu salvación eterna y la de tu familia. Porque la salvación está en la cruz de Cristo.
Por CHRISTIAN JABLOÑSKI
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